sábado, 17 de octubre de 2009

Cocksucker blues

Cuenta la leyenda que hacia finales de los 60, los Rolling Stones se encontraron ante un dilema.

Eran talentosos, eran jóvenes, se llevaban el mundo por delante. Adorados como dioses, vivían de fiesta en fiesta bajo una lluvia cotidiana de alcohol, mujeres y todas las sustancias de la tabla periódica de elementos a su disposición. Viajaban por las grandes ciudades y cada nuevo disco generaba millones, pero nada es perfecto.

No tenían un centavo, estaban en la quiebra.

Cosas de representantes, casas discográficas y contratos leoninos, la vieja historia repetida una y mil veces. Los Rolling Stones intentaron modificar las condiciones del contrato con Decca Records, pero hubo que seguir hasta el final, donde los esperaba una última cláusula maldita: la empresa les impuso la obligación de entregarles los derechos de un nuevo single para dar el contrato por finalizado.

Jagger discutió el abuso y quiso imponer sus términos, pero es de suponer que se topó con una pared de abogados, porque esa noche se juntó con Keith Richards y juntos compusieron y grabaron el tema que a la mañana siguiente entregaron a la discográfica: Para los que no dominan el inglés, les contamos que la melancólica y sórdida letra habla de un chico de pueblo solitario en la gran ciudad, ofreciéndose sin suerte y buscando atraer con su mirada. El estribillo plañidero y triste nos conmueve:

Oh where can I get my cock sucked?
Where can I get my ass fucked?
I may have no money,
But I know where to put it every time


Luego sigue una mención nostálgica a unos chanchos de su granja natal y la entrada en escena de un policía joven, y la cosa termina con el bastón policial aplicado a un uso alternativo.

No hay testimonios acerca de la escena de la mañana siguiente, cuando los ejecutivos de Decca oyeron el tema por primera vez. Una lástima. Previsiblemente, la canción no fue editada por la discográfica y por lo tanto no les produjo el beneficio esperado, pero los Rolling Stones habían honrado sus obligaciones. De ahí en adelante, nuevos contratos y nuevos discos, pero en los términos que ellos quisieron.



Acá es donde comenzamos con las observaciones. Vemos que los Stones se daban el gusto de ser idolatrados masivamente, pero tampoco se privaban del exquisito placer de ser odiados, esa vindicación extraña que ataca a adultos que padecieron sociedades victorianas con tías malvadas, maestros represores y abuelos castradores. La frase "ud. dejaría que su hija se casara con un Rolling Stone?" hizo escuela y fue capitalizada exitosamente por Jagger y sus socios. La contrapartida desafortunada fueron las generaciones de energúmenos profesionales que nunca editaron un Exile in Main Street.

El Equipo rescata de esta historia la posibilidad de un uso inteligente y adulto de los recursos. El rencor hacia los ejecutivos de traje, la rabia y la obscenidad extemporánea, usados con la cabeza fría, dieron el resultado exacto que los Stones buscaban.

Otro elemento a destacar son las reacciones opuestas de sujetos que a lo largo de la historia fueron sometidos a un régimen prolongado de éxito, idolatría pública y consumo de drogas. Vemos que unos arden como cañitas voladoras cumpliendo la máxima de dejar un cadáver hermoso, o incluso destruyen su hermosura antes de dejar el cadáver. Otros en cambio desbarrancan lento, exhibiendo la dolorosa sombra de la belleza y el talento degradados, o peor, generando la sospecha de no haber sido nunca. Y también encontramos a los que permanecen incólumes como montañas, celebran el nacimiento de sus bisnietos o cuentan plácidamente millones a bordo de un yate en el Mediterráneo. No podemos determinar en qué medida estos resultados tan diferentes dependen de las circunstancias, del azar o del aporte del sujeto a su propio destino.

En fin, amigos: esta fue la historia del Chupap*jas. Nos gustaría contar con el aporte de los voluntarios: saber si vivieron las experiencias de transformar el rencor en soluciones, el exabrupto y la transgresión en herramienta útil, los excesos en placeres no necesariamente destructivos, o bien todo lo contrario.

Con cariño,

El Equipo de Proyecto Tiresias